* TERESA GANCEDO/CRÍTICAS

«Teresa Gancedo: concepto, creación y realidad». Un texto de José Corredor-Matheos (1981)

© Teresa Gancedo. "Los seres queridos" (1980). Colección particular.

© Teresa Gancedo. «Los seres queridos» (1980). Colección particular.

Por JOSÉ CORREDOR-MATHEOS

(Texto del catálogo de la exposición de Teresa Gancedo en la galería Vandrés.
Madrid: abril-mayo 1981).

Lo difícil hoy en arte es seguir adelante sin verse sobrepasado —todo va tan de prisa que casi hemos renunciado a alcanzar la liebre mecánica— y saber aprovechar al mismo tiempo las sugerencias que se nos van ofreciendo. Es muy fácil sentarse delante de la tienda y esperar a que pasen los cadáveres de movimientos y tendencias. Uno puede creer que todos terminan por darle la razón, y que ésta le pertenece. Lo difícil es ir pasando las pruebas sin rehuir el peligro, pero tampoco buscándolo: saber aceptar sin quedar prisionero —¿de quién puede uno ser prisionero sino de sí mismo?

Estoy pensando en Teresa Gancedo. Podemos preguntarnos si es una pintora realista. No diré que su realismo es otro: porque siempre lo es, siempre se trata de ensayos de acercamiento a algo que es inalcanzable —ni siquiera tenemos la certeza de que allá haya algo—. Es realista de una de las maneras ahora posible. Es decir, con todo un bagaje de experiencias anteriores — de otros realismos y otras abstracciones: porque, ¿qué es el realismo sino una forma de abstracción?— que en el momento de crear tiene que desaparecer. El artista entonces ha de sentirse libre, borrar su historia personal, como diría Don Juan, el brujo yaqui, para ser capaz de aventurarse en lo desconocido.

Teresa Gancedo trabajó un tiempo en el campo conceptual. Al contrario de otros, que han arrojado todo aquello por la borda, con demasiada alegría —me inspiran desconfianza tantas súbitas conversiones, que siempre son de algún modo políticas—, en su obra son reconocibles diversas notas que lo ponen en evidencia: ante todo el método. Lo que ella llama el “proceso”: partir de una fotografía de algo que le ha interesado o “utilizando un documento”; un “recorrido”, en el cual la idea tomada de dicho documento es interiorizada procurando “fusionar las dos realidades, la externa y la interna” —y aquí, en este punto es donde ella se arranca hacia el realismo—, y el “fin”, en el cual el objeto “es tratado de dos formas: una, trabajando el objeto con severísimo realismo, y otra utilizando el objeto en su forma bruta, incorporándolo a la obra plástica”. Otra nota puede ser la imagen misma, en que la realidad se presenta entreverada del concepto que tenemos de ella, sea por las fotografías que lo connotan o por elementos tomados de la realidad misma, los cuales, lejos de estar descontextualizados, como en los dadaístas, tratan de darnos su significado real.

Este método de trabajo la lleva a la realización de series sobre un mismo tema o temas relacionados entre sí. Se insiste en una idea y al mismo tiempo se pone de relieve que la cala en la realidad ha de repetirse —aunque sea para convencernos de que esa imagen representa de algún modo la realidad, que ésta, a través de una insistente interpretación, termina por ser de otro modo—. En el caso de esta exposición en la Galería Vandrés el tema es la muerte y lo religioso, entendido esto como manifestación funeraria. Así, pues, vemos nichos, flores, estampas con el rostro o el cuerpo del Crucificado, la cruz. Dentro de este contexto, ésta es también la interpretación que hemos de dar a las huellas de una vida gastada, desaparecida, que vemos en las paredes que quedan al descubierto de una casa que se ha derribado.

Igual que el conjunto de la exposición constituye una unidad temática, la seriación se produce con frecuencia dentro de cada obra, creándose estructuras de repetición. Esta insistencia, a la vez que nos convence de un hecho real lo convierte en algo abstracto. No es extraño que, en ocasiones, de las cosas, sólo queden sombras, unas estructuras y unos ritmos que sirven de andamiaje plástico. Con relación al conceptualismo advertimos claramente que aquí los valores plásticos son los primeros. Antes, incluso, que los de contenido no intrínsecamente plástico. De ahí la imparcialidad que ante el hecho real tenga la autora. El verdadero creador, como tal, es indiferente al mundo que trata que representar o interpretar. No juzga, ni critica: lo pone en evidencia. Selecciona —y aquí es donde se puede considerar acaso que existe cierto juicio— y muestra. Al artista no le importa lo que ve, porque su propósito es ir más allá de lo real, o ir al fondo de ello, de modo que no puede ser cabalmente consciente de lo que, en última instancia, pretende.

En la pintura de Teresa Gancedo, del mundo se nos dan unos rastros, que tienen carácter de signos y símbolos. A veces, para reforzarlos, los da en forma de collage. La muerte y la religión ofrecen un campo con demasiadas facilidades para que no se caiga en el tópico, el kitsch o simplemente en la trivialidad. El trabajo de esta artista, por rigor y seriedad, evita todos esos peligros. Del resultado plástico se han evaporado los contenidos literarios y filosóficos, la reflexión, que ella no desea para su obra como resultado. Puede haber formado parte todo eso del proceso, pero la meta era plástica. Esas paredes viejas han adquirido unos tonos que tienen valor por sí mismos. La huella en negativo que ha dejado un crucifijo en la pared es, ante todo, un juego de positivo-negativo. Es decir, no es irrelevante que el tema sea éste: el hecho de que haya realizado una serie sobre él lo atestigua. Como no es irrelevante que se apoye en hechos reales. El que se haga abstracción de todo eso, para formular una visión, necesariamente interpretativa, indica que como punto de partida es esencial.

Plástica pura, pero cargada de resonancias emotivas. Estas resonancias se nos dan lavadas de lo demasiado humano: nos hallamos en un plano artístico, donde lo humano ha pasado por cierta trasmutación. Las emociones se sostienen por sí mismas, hablan por sí mismas. El arte no ha de tratar de conmovernos, y la emoción que nos produce es abstracta también: cargada de resonancias de emociones primarias, es también pura. Las flores, la imagen de Cristo, la cenefa o la sombra de algo llegan cargados de significados simbólicos. Como arista entre lo real y lo abstracto en que nos hallamos la situación es inestable. Cualquier error puede hacer peligrar la vida de la artista como tal, y venirse toda la fábrica abajo. Pero la fábrica de Teresa Gancedo está sólidamente construida, y el riesgo lo entendemos como parte de una aventura de la que esperamos volver.

Resulta un poco brusco que me refiera, de pronto, a la técnica utilizada, pero quizá sea conveniente volver al terreno llano, antes de que el espectador se enfrente con la obra de esta artista. Hemos hablado ya de collage, que usa para reforzar algo, según el ya viejo propósito que viene del cubismo. El color es tenue, agrisado, con muchos matices y como si el tiempo lo hubiera dejado en el estado en que está. Es curioso que haya preferido hasta ahora el acrílico para los cuadros, y, según se haya ido acentuando el realismo, necesite del óleo, probablemente necesario para el trompe l’oeil que observamos en algunas obras. La perspectiva renacentista no está utilizada con la convicción o ingenuidad con que se practicó hasta que los movimientos modernos la declararan inválida. Si la encontramos ahora es como elemento del collage. El cuadro, en conjunto, puede no tener perspectiva alguna: ser un plano donde se compone una imagen polívoca, cargada de significaciones y con profundidades parciales distintas. Si por un lado nos hundimos, a través de una fotografía u otra imagen icónica cualquiera, por otro, un cordel, unas flores, se nos adelantan. Puede darse el caso de que lo que parezca pintado es real, un objeto pegado, y lo que se nos antoje a simple vista pegado sea pintado. No puede faltar el equívoco, cuando de realidad se trata. ¿Qué decir, por ejemplo, de la situación en el espacio de los distintos elementos y del propio conjunto? ¿Flotan, descansan o pesan, se nos vienen encima, huyen de nosotros, tratando de arrastrarnos? Todo esto, en los cuadros se nos da con mayor gravedad y fuerza, mientras en los gouaches, acuarelas y dibujos, como era de esperar, todo es más ligero. ¿Más desenfadado, menos comprometido? Más libre, si acaso, sólo en el sentido de que los problemas, al contrario de lo que ocurre en los lienzos y tablas, se nos dan a título de anticipación y ensayo, o como apuntándolos. De ahí la gracia y atractivo que suelen tener siempre las realizaciones sobre papel. Lo que no ocurre con frecuencia es que, como en el caso de Teresa Gancedo, los problemas sean bien planteados y resueltos también en obras más corpóreas, ya con carácter de tesis.

Teresa Gancedo aprovecha de los movimientos de vanguardia aquello que le interesa, y lo hace de manera coherente. El resultado nos hace olvidar la técnica y el proceso. Precisamente porque el fin ha sido alcanzado. Y si, a caballo de lo real y lo abstracto, de lo conocido y lo desconocido, no sabemos exactamente dónde nos encontramos, considero que es porque la artista ha alcanzado su meta —una meta que no podía saber de antemano cuál podía ser con exactitud— y nosotros hemos sabido seguirla.

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