Exposición de Teresa Gancedo en la Sala Provincia
León, 23 de diciembre 1972 – 5 enero 1973
Por ANTONIO GAMONEDA
El trabajo plástico de Mª Teresa González Gancedo viene definido, según mi opinión, por la presencia de un constante lirismo; lirismo que pertenece tanto al propósito temático como a la manera, a la delicada y cuidadosa organización de sus signos plásticos. Empleo el término “signos” con deliberación, ya que los dibujos de González Gancedo, aspecto de su obra que mejor conozco, tienen cierta condición legible, lo que es tanto como decir una disposición sígnica. No se trata solamente de que cada obra sea propuesta como un valor significante, que sí lo es, sino de que, por su naturaleza, también los datos parciales de la obra conllevan, de alguna manera, aspecto y función de “escritura”. Desde esta observación, el trabajo de González Gancedo aparece no influido pero sí relacionable con los rasgos que presentan las artes orientales: el gusto y la sensibilidad llevados a los detalles menudos; la levedad de las coloraciones sobre el trazo dibujístico y una concepción aérea del espacio pictórico. Todos estos son matices que abonan este especial paralelismo o cercanía que nos parece advertir en su obra.
Entrando en una, siempre insegura, adivinación del proceso cronológico de González Gancedo, nos parece que, bajo las constantes de sensibilidad y propensión poética que ya hemos anotado, ha ido avanzando siempre hacia una mayor concreción plástica y expresiva. Desde un cierto “tachismo” organizado, las manchas pugnaron por definirse como representaciones y, en sus obras más recientes, esta representación está cumplida hasta sobrepasarse, hasta ser representación más significación. Y, ¿cuál es la significación?: Vemos cabezas, figuras humanas formalmente verosímiles, pero en estas figuras y en su ámbito se han introducido datos mecánicos, imprimaciones cuadriculadas, referencias cartográficas. También en esto, el grafismo menudo, el hecho sígnico, es formalmente más concreto. Según creo, González Gancedo, en esta etapa de su obra, alude a la descolocación existencial de los seres humanos en un mundo tecnificado, acuciado por objetos-signo que se acuñan en su naturaleza.
Pero González Gancedo no acude a desmesuras expresivas para delatar este conflicto; permanece fiel a su voluta de lirismo, y este entrevisto sufrimiento histórico es transcrito en un tono de vigilada delicadeza. Quizá esta conciliación, esta ausencia de violencia, esta aparente carencia de lógica entre el significante y el significado, sean, unidas a la notable delicadeza y minuciosidad de su estilo, el rasgo más radicalmente personal y distintivo de María Teresa González Gancedo.
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